La respuesta cristiana al infierno de la pobreza

El capitalismo agonizante y despiadado de nuestra sociedad está convirtiendo nuestro mundo en un infierno para muchos. O se produce un cambio radical en nuestro sistema económico y social o el mundo terminará reventando de injusticia.

Hace unos años leía que el 1% de la población mundial acaparaba el 90% de toda la riqueza que se genera en el mundo. La élite procura mantener un sistema donde el grueso de la sociedad luche por sostener sus paraísos a cambio de hacer algo más “soportables” nuestros infiernos.

Desde una perspectiva bíblica, el problema no es la desigualdad económica de la sociedad, sino la carencia, escasez y pobreza real de muchos. No creo que la voluntad de Dios sea que todos vivan en el mismo nivel socioeconómico –pretensión propia del comunismo–, pues Dios es soberano en la repartición de la riqueza. Vemos en la historia bíblica que, a menudo, Dios bendice a ciertas personas o familias con riquezas (Gn. 13:2; 1 R. 3:13), según su soberana voluntad. Es propio de Dios dar a unos 5 talentos, a otros 2 y a otros 1 (Mt. 25:14-30). Pero también es cierto que “a quien más se le da, más se le demanda” (cf. Lc. 12:48). La demanda bíblica es que aquellos que más tienen compartan sus bienes con quienes menos tienen. Los recursos materiales que Dios pone a nuestra disposición deben ser usados para suplir las necesidades de aquellos que tienen carencias, pues “el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Jn. 3:17).

Haremos bien en recordarnos con frecuencia que los recursos que nos llegan no son nuestros, sino de “aquel que nos da todas las cosas en abundancia” (1 Ti. 6:17) para que “hagamos el bien, seamos ricos en buenas obras, generosos y prontos para compartir” (1 Ti. 6:18). Somos administradores de las riquezas de este mundo y Dios nos pedirá cuentas del buen o mal uso que le hayamos dado a estos recursos. Cuando ayudamos al necesitado no estamos haciendo algo meritorio, sino que simplemente le estamos haciendo partícipe de algo que por derecho le corresponde. En relación a esto, decía muy sabiamente el obispo Ambrosio de Milán (siglo IV) que “no es parte de tus bienes lo que tú das al pobre, lo que le das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos. No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad cuando a los demás les falta lo necesario”.

Que el Señor nos ayude a despojarnos de la tiranía de lo terreno y a ser buenos administradores de los recursos que Dios nos ha dado. La única solución real a este infierno de injusticia social al que estamos abocados es responder al llamado de Jesús a la “metanoia”, es decir, a una transformación profunda y radical de la vida de una persona; a un abandonar viejas formas de pensar y actuar que estaban alejadas de Dios, y a vivir de una manera que refleje el amor y la voluntad de Dios.

Publicado en Artículos | Deja un comentario

El sistema anticristo en la sociedad moderna

La sociedad moderna construye, consciente o inconscientemente, un sistema anticristo cada vez más evidente y, quienes no lo abrazan, son sutilmente castigados con la “excomunión social”. No se trata solo de la aprobación de leyes que justifican o aprueban lo que Dios llama pecado. Se trata de la creación progresiva de una nueva cultura completamente desarraigada de la fe judeo-cristiana. Basta con reflexionar en algunas de las características de la filosofía que articula esta nueva cultura y sociedad para darse cuenta de ello. No es mi intención demonizar la cultura o la sociedad moderna; ni mucho menos. Todas las culturas poseen elementos buenos y malos desde una perspectiva bíblica. Los elementos positivos reflejan que la humanidad es, hasta cierto punto, portadora del imago Dei. Pero estaríamos completamente ciegos si no viéramos también el actuar del “dios de este siglo” (2 Co. 4:4) en la cultura moderna.

Piensa, por ejemplo, en como el pensamiento binario de la Biblia está siendo sustituido por una cosmovisión completamente monista de la realidad. Me explico: La Biblia es categórica en muchos sentidos y nos lleva a pensar en términos de “blanco” o “negro” (dualismo).  O eres de Dios o eres de Satanás; hay ángeles y demonios; santidad o pecado; luz o tinieblas; verdad o mentira; libertad o esclavitud; pastores o lobos; cristianos o no cristianos; salvación o perdición, cielo o infierno. Sin embargo, el dios de este siglo, experto en falsificar y corromper la verdad de Dios, promueve una cosmovisión monista de todas las cosas. Ya no se habla en términos de “blanco” o “negro”, sino de “gris”. El monismo cultural procurar evitar los juicios, distinciones, categorías o evaluaciones que la Palabra de Dios hace. En lugar de hablar de Dios o Satanás, prefiere hablar, en todo caso, de “un poder superior”. Ya no existe la santidad o el pecado personal, sino “un estilo de vida”. Ya no se habla de ángeles o demonios, sino de “fantasmas”. Ya no hay verdad o mentira, sino “tu verdad” y “mi verdad”, ambas igualmente válidas. Ya no hay luz o tinieblas, sino grises en todo y en todos. Ya no hay cristianos o no cristianos, ahora está de moda abrazar la idea de que todos somos parte de la familia de Dios. Ya no hay personas llenas del Espíritu o poseídas por demonios, ahora todos son “locos” o tiene problemas psiquiátricos. Los lobos ya no se diferencian de los pastores, pues ya solo se habla de “guías espirituales”. Se evita hablar del cielo o del infierno, y en lugar de eso todos hablan de ir a “un mejor lugar”. De seguir, la lista sería interminable.

El monismo es la nueva religión que el mundo abraza y que, tristemente, incluso algunos autodenominados cristianos aceptan sin discernimiento. Me sorprende que todavía haya creyentes que no sean capaces de reconocer, detrás de esta nueva cultura, al corrupto, mentiroso y falsificador que la Biblia describe como “padre de mentira” (Jn. 8:44). Como diría el apóstol Pablo, ¡estemos alerta! “para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones” (2 Co. 2:11).

Publicado en Artículos | 6 comentarios

El peligro de contraponer fe y ciencia


Si Dios es, en última instancia, el autor de su palabra, la Biblia (cf. 2 Ti 3,16; 1 Ts 2,13; 2 P 1:20-21), y también lo es del universo (cf. Gn 1,1), debiéramos esperar una inevitable armonía entre la interpretación correcta de los datos bíblicos y la interpretación correcta de los datos científicos. No entiendo, por tanto, el innecesario antagonismo que algunos religiosos han creado entre la fe cristiana y la ciencia. Dios no se contradice a sí mismo ni la verdad se opone a la verdad. Si afirmamos tener una fe racional, ¿por qué muchos creyentes temen abrirse al diálogo con otros saberes y ciencias? Como cristianos, debemos abogar por una fe racional (que coopera con la razón y se interesa por el conocimiento de otras disciplinas científicas) y una razón que, reconociendo sus propios límites, se eleva por encima de lo empírico y se deja estimular por la fe, para contemplar una realidad que la sobrepasa. Quienes contraponen fe y ciencia, además de parecer ignorantes, solo consiguen desprestigiar el mensaje cristiano.


Como escribió San Agustín (s. IV-V):

“Generalmente, los no cristianos saben algo sobre la tierra, los cielos… a través de la razón y la experiencia. Es lamentable y peligroso que un incrédulo oiga hablar disparates respecto a estos temas a un cristiano que, presumiblemente, está interpretando la Sagrada Escritura; y deberíamos adoptar todos los medios para evitar una situación tan vergonzosa, pues al oírle delirar sobre estas cuestiones… apenas podrá contener la risa… Si hallan que un cristiano está equivocado en un tema que conocen bien y le oyen sostener sus necias opiniones acerca de nuestros libros, ¿cómo creerán lo que afirman esos libros en asuntos como la resurrección de los muertos, la esperanza de vida eterna y el reino de los cielos, si piensan que sus páginas están llenas de falsedades sobre hechos que ellos han aprendido de la experiencia y a la luz de la razón?”.


Me temo que el temor de San Agustín se materializa en nuestro tiempo con demasiada frecuencia. Si nuestras opiniones como creyentes, en asuntos no fundamentales para el evangelio, provocan el ridículo y demuestran nuestra ignorancia ante los incrédulos sobre hechos científicamente probados, estaremos incentivando que sean reacios a escuchar el precioso y poderoso mensaje del evangelio.


Yo estoy convencido de la plena autoridad y veracidad de las Sagradas Escrituras, pero sé que, si mi interpretación de la Biblia no coincide con los hechos probados por la ciencia, la culpa es de mi mala interpretación de la Biblia, no de la ciencia ni de la Biblia misma. A fin de cuentas, es la Escritura la que tiene autoridad final, no mi entendimiento limitado y personal sobre ella.

Publicado en Artículos | Deja un comentario

EL AMOR DESDE LA VERDAD

“Todas vuestras cosas sean hechas con amor” (1 Corintios 16:14)

El amor es una palabra tan manida que ha llegado a significar distintas cosas para distintas personas. Y esto, en relación a nuestra fe cristiana, siempre es peligroso. Siendo el amor el camino más excelente (1 Co. 12:31) por el que los cristianos estamos llamados a transitar, haríamos bien en reflexionar más a menudo sobre él; no sea que nos equivoquemos de camino, “porque hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte” (Pr. 14:12; 16:25). Y es que uno también puede equivocarse en su manera de amar, porque también nuestro concepto de amor es imperfecto y se ve afectado por nuestro pecado. De ahí la necesidad constante de volvernos a las Sagradas Escrituras; a nuestro canon, nuestra vara de medir, nuestra norma o regla de fe y conducta –también en lo relacionado al amor–. Mirarnos en el espejo de la Palabra de Dios nos ayudará a evaluar nuestro caminar (Sal. 119:105), y a corregir y acomodar así nuestro paso al amor verdadero que Dios nos demanda. ¡Necesitamos hacerlo!, pues mucho me temo que el concepto de amor que nuestra sociedad actual maneja dista mucho del profundo significado que el amor tiene en las Sagradas Escrituras.

Hoy, lo que el amor evoca en la mente de muchos es pura sensiblería pusilánime. Hoy, amar es evitar herir a toda costa; sacrificar la verdad en aras de mantener una aparente paz y unidad. Hoy, si decir la verdad puede causar dolor en alguien, es mejor evitar decir la verdad. Hoy, ese es el camino del “amor” que muchos siguen, incluso dentro de nuestro contexto cristiano. Pero esta dicotomía que muchos han establecido entre el amor y la verdad no puede ser más antibíblica.

En la Biblia, amar nunca significa suprimir la verdad. La verdad, aunque a menudo duela, siempre debe acompañar al amor para que este sea “amor verdadero”. El amor y la verdad son mencionados juntos constantemente en las Escrituras. Vea algunos ejemplos:

  • “siguiendo la verdad en amor…” (Ef 4:15).
  • “por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos” (2 Ts 2:10).
  • “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro” (1 P. 1:22).
  • “Sea con vosotros gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y del Señor Jesucristo, Hijo del Padre, en verdad y en amor” (2 Jn. 1:3).

Amor y verdad son dos caras de una misma moneda. El amor a expensas de la verdad no es amor; es un engaño, una ficción.

Fue el amor lo que llevó a Jesucristo a predicar la verdad, a sabiendas de que eso haría que muchos procuraran su muerte (Lc. 19:47; 20:19; Jn. 7:1); fue el amor lo que llevó a Jesús a denunciar a los hipócritas de su tiempo (Mt. 15:7; 16:3; 22:18; 23:3-33), a sabiendas de que eso le causaría muchos problemas.

Nadie podría acusar a Jesús de falta de sensibilidad, de falta de empatía o de falta de amor y, sin embargo, por amar con amor verdadero acabó en una cruz. Lo que hoy muchos entienden como la aplicación del principio bíblico del amor no es sino el principio mundano de “vive y deja vivir” que se practica en nuestra sociedad secular. ¿No amó Juan el Bautista a Herodes cuando le reprendió por su inmoralidad sexual? ¿Acaso no amaba Pablo al apóstol Pedro cuando lo reprendió en Antioquía? ¿No amaba el apóstol Pablo a los gálatas o a los corintios cuando corrigió por carta sus errores? ¿No demostró Jesús su amor al amonestar duramente a Pedro cuando este trató de reconvenirle para que no muriera en la cruz del Calvario? ¿Es acaso mejor seguir la “amorosa” actitud de Elí al no reprender a sus hijos? ¿Es eso amor verdadero?

Sigamos el camino del amor bíblico, siempre con gracia, pero también con verdad. Y si por amar así, con este amor verdadero, nos ganamos el rechazo o la enemistad de alguien, ¿cuál es el problema? El apóstol Pablo se hizo esta misma pregunta: “¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?” (Gá. 4:16). Él no sacrificó la verdad, sino que escogió un camino más excelente, el camino del amor verdadero. “Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gá. 1:10), “así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones” (1 Ts. 2:4).

Publicado en Artículos | Deja un comentario

El peligroso ídolo de «LA NUEVA TOLERANCIA»

La deconstrucción de las palabras –típica de la posmodernidad– ha modificado el significado del término tolerancia. La tolerancia una vez significó el reconocimiento y el respeto a las creencias y prácticas de los demás, obviamente sin compartirlas. De hecho, para que exista la verdadera tolerancia debe haber necesariamente un desacuerdo. Sin desacuerdo, no hay tolerancia, porque la tolerancia solo puede ser ejercida con las personas con las que uno difiere.

Hoy, sin embargo, la tolerancia significa lo contrario de lo que una vez significó. Hoy, ser tolerante significa estar de acuerdo con lo políticamente correcto y lo socialmente aceptado. Pero cualquier persona que mantenga una posición disidente, que difiera de lo políticamente correcto en cualquier tema, automáticamente será catalogada de intolerante. Este nuevo concepto de tolerancia es represivo y totalitario, y ¿acaso hay algo más intolerante que eso?

En este sentido, los cristianos en Occidente estamos destinados a enfrentar una progresiva opresión por parte de la sociedad, pues los principios del reino de Dios son diametralmente opuestos a los del mundo. “Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece” (1 Jn 3:13). Dada la redefinición de tolerancia, los cristianos vamos a ser catalogados de “intolerantes”, especialmente en aquellos temas culturalmente sensibles, simplemente por disentir de las ideologías políticamente correctas, sin importar que tratemos estos temas con la mayor sensibilidad y cortesía posible. El mundo tratará de que los cristianos compremos el discurso de la nueva tolerancia –y, desgraciadamente, muchos creyentes ya lo han hecho–, lo cual implica recibir con aprobación las ideas del mundo y ser impulsados, no ya por la Palabra de Dios, sino por consideraciones mundanas. Para el cristiano esto no es una opción, pues, en este sentido, “cualquiera que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg 4:4). La consecuencia es obvia, y ya nos la advirtió el mismo Señor Jesús: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Jn 15:18-19).

No es de extrañar que el libro de Apocalipsis abunde en consolaciones y apoyo para los cristianos perseguidos en su conflicto contra la fuerza del mal. ¡Dios ve nuestras lágrimas! (Ap 7:17; 21:14); Él escucha nuestras oraciones y estas impactan los eventos mundiales (Ap 8:3-4); la muerte de los santos por ser fieles a Cristo es preciosa a los ojos de Dios y nuestra victoria está asegurada (Ap 15:2); Dios hará justicia y vengará la muerte de sus siervos (Ap 19:2). ¡Cristo vive y reinará eternamente! Oh, iglesia, Dios nos ha dado estas maravillosas y firmes promesas para que podamos “asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros, la cual tenemos como segura y firme ancla del alma” (He 6:18-19).

El profeta Daniel y sus amigos no doblaron sus rodillas ante la estatua del rey Nabucodonosor (Dn 3:1-18), aunque eso era lo políticamente correcto. El remanente escogido de Dios siempre fue aquel que no dobló sus rodillas ante Baal (1 R 19:18; Ro 11:4), aunque eso era lo políticamente correcto. Iglesia, ¡no dobles tus rodillas ante el ídolo de la nueva tolerancia! ¿Cómo podemos tolerar lo que Dios juzga intolerable?

Cristo resucitado te dice: “No temas en nada lo que vas a padecer… seréis probados, y tendréis tribulación… Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap 2:10).

Publicado en Artículos | Deja un comentario

Mi experiencia en la cárcel (José Daniel cuenta por primera vez su experiencia en prisión)

El 14 de diciembre de 2014 me dirigía por primera vez, temblando y hecho un manojo de nervios, a la cárcel de Sevilla.

Imagen del Centro Penitenciario Sevilla I

Algunas semanas antes, estando yo interno en el Seminario donde por aquel entonces cursaba mi formación teológica, me contactaron para invitarme a predicar la Palabra de Dios con los internos del Centro Penitenciario de Sevilla. Yo, que por aquel entonces era un seminarista que apenas hacía un mes había cumplido los 21 años, todavía no había aprendido a decir “no”. Entendí que aquella invitación era una providencial oportunidad que Dios me estaba otorgando de llevar las “Buenas Noticias” del Evangelio a personas que solo tenían malas noticias. Además, sería una excelente forma de materializar en mi vida aquel mandato neotestamentario que reza: “Acordaos de los presos, como si estuvierais presos juntamente con ellos” (He 13:3). Así que acepté el reto, pero sin ser muy consciente de lo que hacía.

Para ese entonces yo ya había predicado muchas veces –pues comencé mi ministerio de predicación a los 18 años–, y a menudo recibía invitaciones de iglesias de diferentes denominaciones y lugares de España, pero ¡jamás había pisado una cárcel! La única prisión que yo había visto hasta ese momento era la de “Prison Break”, la mítica serie del fugitivo Michael Scofield. Ninguna serie me impacto tanto como esa durante mi adolescencia…

A decir verdad, no fue hasta ese momento en que recibí la invitación para predicar en la cárcel que caí en la cuenta de lo cómodo que es predicar desde el púlpito de una iglesia. Pero, ¿cómo habría de predicar de la libertad en Cristo a quienes habían sido privados de libertad? ¿Cómo podría hablar del gozo del Espíritu Santo a quienes les habían sido arrebatados todos los motivos de gozo humanos? ¿Cómo hablar de salvación eterna a quienes tienen una condena de por vida? Por primera vez en mucho tiempo, me sentí como un niño pequeño que busca desesperadamente agarrar la escalera de la piscina en la que no hace pie. ¿De qué predicar? ¿Qué pasaje bíblico escoger? ¿Cómo podría yo hacerles claro y relevante a estos hombres el mensaje del evangelio?

Además, quienes van a una iglesia para escuchar el sermón dominical, generalmente creyentes, asumen un patrón de comportamiento o una conducta caracterizada por el respeto, la solemnidad y el silencio, pero ya me habían avisado que no sería así en la cárcel. ¿Qué podría encontrarme allí?

Era diciembre y se acercaban las fechas navideñas. Me habían comentado que diciembre era un mes crítico, pues durante esas fechas los presos estaban más sensibles y susceptibles, por las emociones y recuerdos que estas festividades despiertan y por la soledad que ellos experimentaban en la prisión. Hablando en plata y mal, estaba “cagao”.

Yo siempre había buscado la dirección de Dios en oración antes de preparar un sermón, ¡pero nunca tanto como hasta ese momento! Tras largas horas y días de oración, entendí que Dios me dirigía a predicar sobre el conocido texto de Hechos 16, en donde el apóstol Pablo y su compañero de ministerio Silas habían sido cruel e injustamente encarcelados en Filipos, pero donde a pesar de ello, y paradójicamente, experimentaban la paz, el gozo y el poder de Dios.

El título que puse a aquel sermón fue: “Libres en la cárcel”. Era un buen título para una predicación en la iglesia, pues encerraba una llamativa y atractiva paradoja, pero temía que aquel título fuese demasiado provocador para quienes realmente estaban sufriendo en sus propias carnes la privación de libertad en la prisión. ¿Y si se sentían ofendidos? Al fin y al cabo, un joven de 21 años que nunca había pisado una cárcel, ¿qué podría decirles al respecto? ¿Cuál sería la reacción de estos presos al escucharme? Eran muchas las preguntas que me asaltaban y juntamente con ello los temores.

Siempre he estado convencido, a la luz de la Palabra de Dios, que los resultados de la predicación no dependen –al menos fundamentalmente– de la elocuencia o de la retórica del predicador, sino de la unción, el mover y el poder del Espíritu Santo de Dios. Mi oración durante los días previos a aquella visita a la prisión era que Dios hiciera realidad en mi propia vida aquella experiencia del apóstol cuando escribió:Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Co 2:3-5).

Dios hizo que aquel texto bíblico de Hechos 16 se apoderara primero de mi propio corazón. No me cabe duda que el Espíritu Santo iluminó mi entendimiento para poder vislumbrar parte de las insondables riquezas contenidas en este fragmento de la Escritura y para comprender las importantes aplicaciones prácticas que estas verdades podían tener para mi vida y para la vida de aquellos presos. Estoy persuadido de que la oración y el haber abandonado toda confianza en mis propias capacidades humanas para descansar por entero en el poder de Dios fueron claves.

No quiero embellecer o adornar la historia. Aquel 14 de diciembre de 2014 yo llegué a la prisión en debilidad, con temor y temblor. No iba solo. Dios puso a mi lado a un grupo de fieles siervos que llevaban años visitando, consolando y testificando de Cristo en las prisiones. Antes de entrar a la prisión, creo que en una cafetería cercana –ya no lo recuerdo bien–, todo el grupo que ese día entrábamos a la prisión para ministrar a los presos nos juntamos para presentar delante de Dios en oración aquella visita. Allí conocí, por ejemplo, a Marcos Cruz, un conocido DJ cristiano del que había escuchado hablar mucho, pero al que hasta ese momento miraba con cierta desconfianza. ¿Un cristiano DJ que trabaja en el mundo de la noche viajando de discoteca en discoteca? Es contradictorio –pensaba yo. Para mí, aquello era más paradójico que el título de la predicación. No necesité mucho tiempo para darme cuenta que detrás de aquel DJ había un verdadero cristiano de profundas convicciones de fe y con un tremendo compromiso espiritual. Le había prejuzgado. Dios lo estaba usando para llevar la luz y el amor de Cristo a grupos de la sociedad que difícilmente alcanzaríamos de otro modo. Fue un privilegio compartir aquella experiencia contigo, hermano.

¿Cómo terminó aquella historia en la cárcel? Aquel salón de reuniones se fue llenando progresivamente de presos. Yo, lleno de nervios, trataba de no llamar mucho la atención, ocultándome entre el grupo de los que ya llevaban años visitando la prisión y de disimular así mis inquietudes. Hubo unas palabras introductorias por el responsable de este ministerio en prisiones, unas alabanzas dirigidas por Marcos Cruz y, luego, llegó mi turno.

Salí al frente con mi Biblia y sentí que aquellos nervios se transformaban en vigor espiritual. Aquel sermón ardía en mi corazón y creo que nunca antes había predicado con tanta pasión. A diferencia de todas las veces que había predicado en una iglesia local, donde todos te miran en silencio y parecen estar concentrados, aunque en realidad estén absortos viajando en su mente por los mundos de Yupi, allí en la cárcel no había caretas. Quien estaba distraído lo manifestaba sin temor. Quien quería reírse, lo hacía delante de todos. Quien quisiera burlarse lo hacía sin más, aunque eso interrumpiera la predicación. Quien estaba emocionado no podía ocultarlo. Nunca antes y nunca después he recibido predicando un feedback tan claro y evidente. ¡Eso me encantó! A la misma vez que me retó.

Conforme avanzaba mi predicación podía notar en los rostros de aquellos presos como calaba poderosamente en el mensaje de la Palabra de Dios en sus corazones. Por supuesto, no en todos los presos, pero sí en muchos de ellos. Todavía conservo aquel sermón. Hablé de cómo muchas personas aparentemente libres son en realidad esclavas de sus pensamientos, de los miedos, del pecado… y de cómo una persona presa puede ser verdaderamente libre en Cristo. Expliqué como ellos podían ser libres del pecado, libres del rencor, libres de sus malos pensamientos, libres del temor, libres de la culpa y libres de la condenación eterna. Hable de la fe y del arrepentimiento. Y terminé con un reiterado llamado a correr a Cristo:

“¿Quieres salvación de tus pecados? Ven hoy a Cristo. ¿Quieres ser librado de los malos pensamientos que quieren destruir tu vida, tu paz y tu gozo? Ven a Cristo, Él puede darte paz. ¿Quieres perdonar y amar? Conoce el amor de Cristo en la Cruz y su perdón. ¿Quieres que Dios le dé sentido a tu vida, incluso a tus prisiones, y que en medio de la noche puedas levantar un canto de gozo a Dios y no un lloro de amargura? ¡Corre, ven a Cristo! Hoy es día de salvación”.

Entre siete y diez hombres fueron despertados por el impacto de aquel sermón. Se levantaron de sus asientos, salieron al frente de la sala y se pusieron de rodillas. No dudo que la semilla quedó plantada en muchos más corazones, pero estos confesaron públicamente con su boca el arrepentimiento de sus pecados y su fe en Jesús delante de todos.

Todo el grupo que ese día visitábamos la prisión salimos al frente para orar, abrazar y consolar a estos presos. Era muy evidente el mover del Espíritu en aquella sala. Todavía recuerdo los abrazos que estos presos nos daban entre lágrimas, provocadas por la profunda convicción de pecado y por la indescriptible paz y libertad que estaban experimentando en Cristo. Tuve la sensación de que llevaban años sin abrazar, pues sus cuerpos eran rígidos.

Después de aquello pudimos hablar, escuchar sus historias y animarlos a comenzar un discipulado bíblico dentro de la prisión con otro compañero de prisiones que había entregado su vida a Cristo años atrás, precisamente también en la cárcel, pero que aún estaba pagando las consecuencias de sus actos pasados en prisión. Nunca me olvidaré de aquel hombre. ¿Cómo olvidarlo? Un exsicario colombiano de piel oscura de aproximadamente 2 metros, más cuadrado que un armario, al que todos los presos respetaban –y como para no hacerlo –.

Aquel día salí de la prisión henchido de asombro y de gozo por lo que Dios había hecho. Corazones duros como piedras fueron quebrantados. Hoy, hace más de seis años de aquel día, leo aquel sermón y, sinceramente, aunque todavía hace vibrar las cuerdas de mi alma, creo que tiene mucho margen de mejora desde un punto de vista hermenéutico y homilético. Sin embargo, aquella experiencia me enseñó que ni la experiencia, ni la hermenéutica, ni la retórica, ni los cursos de homilética pueden sustituir nuestra rendición, búsqueda y entrega en dependencia al mover y el poder del Espíritu Santo en la predicación. Si Él se mueve, todo lo otro es secundario. Pero si Él no opera aplicando la verdad de la Palabra de Dios a los corazones particulares de las personas, ni el mejor orador del mundo lo conseguirá. Allí aprendí mi mayor lección como predicador.

Yo acabé mis estudios al año siguiente y tuve que regresar a mi tierra. Pero, todavía, años después, algunos nuevos seminaristas que acuden a esa prisión me contactan posteriormente para transmitirme los saludos y recuerdos de aquellos presos que hoy, por la gracia de Dios, viven libres en la cárcel.

“Porque si el Hijo [Jesucristo] os libertare, seréis verdaderamente libres” (Evangelio de San Juan 8:36).

Publicado en Artículos | 2 comentarios

¿Es la vacuna o el chip la marca de la bestia?

“Pastor, estoy preocupada, porque he escuchado que la vacuna contra el coronavirus será la marca de la bestia con la que quieren marcarnos a todos. ¿Debemos evitar ponérnosla a toda costa?”.

Para algunos, quizá, la pregunta anterior puede sonar absurda. Sin embargo, se trata de una pregunta real que me hicieron hace unos días y que, al parecer, ronda ya en muchas cabezas, produciendo verdadero temor y confusión en algunos creyentes. Es por eso que he considerado oportuno tomarme el tiempo para redactar esta respuesta y compartirla, por si para alguno de vosotros también pudiera ser esclarecedora.

Pregunta:

¿Tiene relación la marca de la bestia con la vacuna del coronavirus o con algún microchip?

Respuesta:

La marca de la bestia, mencionada en el libro de Apocalipsis, no tiene nada que ver con una vacuna ni tampoco con un microchip. Quienes afirman tales cosas no lo hacen basados en su conocimiento bíblico, pues tales interpretaciones son completamente ajenas a la Biblia. Estas no son más que interpretaciones alegóricas y fantasiosas, completamente alejadas del propósito original del escritor sagrado. Algunos, seducidos por tales enseñanzas, afirman convencidos, entre otras cosas, que los cristianos deben evitar vacunarse. Otros, creyendo tal mentira, viven en continuo temor a vacunarse contra la gripe, contra el coronavirus o contra cualquier otra enfermedad. Algunos incluso evitan el uso de las tarjetas de crédito porque, según ellos, estas pueden contener la marca de la bestia. ¡Qué disparate! Lo mismo se decía antiguamente de los códigos de barras que marcaban los productos y artículos de venta, pero que hoy sabemos que son de tantísima utilidad a nivel logístico.

Hablemos claro. En ningún lugar de la Biblia encontrarás que las personas sean condenadas al infierno por cosas externas, tales como poseer un chip, una tarjeta de crédito, un código de barras o una vacuna. La única razón por la que las personas son condenadas al infierno se debe exclusivamente a una cosa: EL PECADO (Ez 18:4; Ro 6:23; Stg 1:15).

De modo que las personas son condenadas al infierno únicamente por tener un corazón malvado, rebelde y pecaminoso contra Dios, no por tener un chip ni por someterse a la vacunación contra una enfermedad que puede salvar miles y millones de vidas. Nota lo que el mismo apóstol Juan, en Apocalipsis 21:8, enseña: “Pero los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos, inmorales, hechiceros, idólatras y todos los mentirosos tendrán su herencia en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”. No son los que se han puesto una vacuna quienes sufrirán el castigo eterno, sino aquellos cuyas vidas están marcadas por el pecado.

La marca de la bestia de Apocalipsis 13, que algunas versiones bíblicas identifican con el número 666 (o 616 según aparece en algunos manuscritos antiguos) no tiene nada que ver con asuntos externos. Recordemos que el libro de Apocalipsis está lleno de simbolismos. De hecho, Apocalipsis es el libro sagrado más simbólico de toda la Escritura. Es más, el capítulo 13 de Apocalipsis –donde se menciona la marca de la bestia– es uno de los más simbólicos de todo Apocalipsis. Por ejemplo, allí se dice:

“… Y vi que subía del mar una bestia que tenía diez cuernos y siete cabezas; en sus cuernos había diez diademas, y en sus cabezas había nombres blasfemos” (13:1).

Evidentemente, textos como este no pueden interpretarse literalmente, sino que son descripciones figuradas o metafóricas que contienen una enseñanza detrás. Veamos otro ejemplo:

“Y vi otra bestia que subía de la tierra; tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero y hablaba como un dragón” (13:11).

Obviamente, todo esto son expresiones metafóricas y simbólicas. Del mismo modo, debemos interpretar el 666 o la marca de la bestia de manera simbólica o espiritual, y no de manera literalista. De hecho, aparecen muchas otras marcas en el libro de Apocalipsis que claramente deben ser interpretadas de manera simbólica (3:12; 7:3; 14:1; 17:5; 19:12; 22:4).

Curiosamente, en los capítulos siete y catorce de Apocalipsis se enseña que todos los creyentes verdaderos hemos sido sellados con la marca de Cristo. ¿A qué marca se refiere? De nuevo, no se trata de algo externo, sino de algo interno. El apóstol Pablo nos enseña cuál es esa marca o sello de Cristo sobre los creyentes cuando escribió: “En El también vosotros, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído, fuisteis sellados en El con el Espíritu Santo de la promesa” (Ef 1:13) y “Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, por el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Ef 4:30).

Así que es obvio que la marca de Cristo y la marca de la bestia en Apocalipsis no hacen referencia a algo externo (como un chip, una vacuna o cualquier otra interpretación por el estilo), sino a un sello simbólico. Quien tiene el sello de Cristo pertenece a Cristo. En cambio, quien tiene la marca de la bestia pertenece a la bestia.

¿Cómo se debe interpretar entonces la marca de la bestia teniendo en cuenta este lenguaje simbólico?

La marca de la bestia, según Apocalipsis 13:16, debía estar en la mano derecha o en la frente. La frente representa y alude a la mente humana, es decir, a esa mentalidad satánica, humanista, egocéntrica, enemiga de Dios y pecaminosa, propia de quienes son hijos de las tinieblas, ya que tienen “el entendimiento entenebrecido” (Ef 4:18). Por otro lado, la mano derecha alude a las acciones de estas personas, es decir, a su actividad pecaminosa. Puesto que tienen la mente entenebrecida y aman las tinieblas y la oscuridad, a efectos prácticos también persiguen la oscuridad y viven en pecado. Estos hijos del diablo estarán en continua enemistad con aquellos que son hijos de Dios, sellados por Cristo. De hecho, esta es una de las enseñanzas generales del libro de Apocalipsis, que afirma que los creyentes en Cristo sufrirán la persecución por parte de los hijos del diablo.

En resumen, la marca de la bestia simplemente simboliza la alianza de los pecadores con Satanás y con el sistema pecaminoso. Alude a quienes han rechazado identificarse con Cristo y viven en rebeldía contra Dios. Quienes rechazan a Cristo pasan a ser hijos del diablo, pues como dijo nuestro Señor Jesús: “El que no es conmigo, contra mí es” (Mt 12:30). La marca de los hijos del diablo son sus acciones pecaminosas, diametralmente opuestas a la voluntad de Dios, fruto de tener una mente entenebrecida.

Tener la marca de Cristo significa ser leal a Cristo. Tener la marca de la bestia significa ser leal a Satanás y al sistema de este mundo en oposición a Cristo. O perteneces a uno, o al otro. De modo que la marca habla de pertenencia y lealtad, ya sea a Dios, ya sea a Satanás y al mundo.

De hecho, la marca de la bestia no se trata de un acontecimiento futuro, sino de una realidad que hemos vivido desde la caída de Adán y Evan en pecado. La marca de la bestia siempre ha estado presente en nuestra sociedad pecadora, por cuanto representa el corazón depravado y pecaminoso que caracteriza a todos los hijos del diablo. De hecho, Jesús identifico a los judíos de su tiempo que le rechazaban como tales: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer” (Jn 8:44).

Entonces, cómo debemos entender Apocalipsis 13:17 cuando dice: “y que nadie pueda comprar ni vender, sino el que tenga la marca: el nombre de la bestia o el número de su nombre”. Esto simplemente quiere decir que quienes, por ser leales a Cristo, rechacen la ideología satánica, humanista y pecaminosa que prevalece en este mundo de pecado, encontrarán persecución y dificultades, hasta el punto extremo, en algunos casos, de no poder comprar y vender. Esto, que nos parece tan lejano y futurista en nuestra cómoda Europa Occidental, es ya una realidad que sufren muchos de nuestros hermanos en la fe en lugares como Corea del Norte, Afganistán, Somalia, Libia, Pakistán, Eritrea, Sudán, Yemen o Irán. Con una simple búsqueda en “San Google” puedes encontrar la lista mundial de persecución contra los cristianos actualizada por el ministerio de Puertas Abiertas. Muchos de nuestros hermanos en la fe, por el simple hecho de ser leales a Cristo (poseer la marca de Cristo), están sufriendo persecución, torturas, sometimiento a trabajos forzosos, acusaciones falsas y martirio. Para ellos, estos pasajes de Apocalipsis no describen una realidad futura, sino una realidad demasiado presente en sus vidas cotidianas. En Europa, al menos por ahora, quienes tenemos la marca de Cristo, estamos sometidos a otro tipo de presiones y persecuciones mucho más sutiles y livianas. Pero todo cristiano leal sufrirá, de un modo u otro, las consecuencias de la presión social ejercida por aquellos que tienen la marca de la bestia (¿Burlas por causa de nuestra fe? ¿Ser silenciados por nuestras creencias? ¿Acusados falsamente de retrógrados por no abrazar las ideologías pecaminosas?, ¿Templos atacados o quemados?, ¿Cierre de iglesias locales?, etcétera).

A pesar de todo dicho anteriormente, los cristianos verdaderos, aquellos guiados por el Espíritu de Dios que son leales a Cristo, no deben tener temor, sino plena confianza en Cristo. Apocalipsis explica claramente cómo a pesar de los intentos de Satanás de atacar a la iglesia del Señor, es decir, a aquellos que tienen la marca de Cristo, finalmente sus esfuerzos diabólicos acaban en fracaso. ¡Cristo vence! Y nosotros los santos juntamente con Él. Esta es la razón por la que el comunismo anticristiano de Corea del Norte no puede acabar con nuestros hermanos en la fe allí. Esta es la razón por la que la iglesia crece y florece en los países más perseguidos, tal y como el ministerio de Puertas Abiertas recoge en sus informes anuales.

La salvación y la victoria de la iglesia están en las manos de nuestro Buen Pastor y Señor Jesucristo. Él tiene cuidado de nosotros. ¿Sufriremos aflicción a causa de quienes tienen la marca de la bestia? Sí, Jesús nos lo advirtió, pero también nos consoló al decir: “Y todos los odiarán por ser mis seguidores. Pero ni un solo cabello de su cabeza perecerá. Al mantenerse firmes, ganarán su alma” (Lc 21:17-19). Oh, ¡qué fiel y consoladora promesa! ¡Qué descanso para nuestras almas!

Aunque por un poco de tiempo tengamos que ser afligidos (1 P 1:6), pronto iglesia, muy pronto, nos uniremos a esa “gran multitud que nadie puede contar de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en las manos. Y que claman a gran voz, diciendo:  La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero” (Ap 7:9-10). ¡Aleluya! ¡Bendito sea Su Nombre! Los creyentes verdaderos que han recibido al Espíritu Santo poseen ya la marca de Cristo. ¡Estamos seguros en Él! Nada ni nadie nos arrebatará de su mano. ¡Mucho menos una vacuna!

“Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén” (Judas 1:24-25).

Sin embargo, todos aquellos que actualmente rechazan a Cristo o no viven con sincera y absoluta lealtad a Él, tienen ya la marca de la bestia y pertenecen a su padre el diablo. Los incrédulos, quienes aman las tinieblas y disfrutan viviendo en pecado, ya poseen el “666” (o marca de la bestia). Oh, ¡qué terrible final les espera! ¡Ellos sí deben temblar ante el juicio del Cordero! “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (He 10:31).

¡Corred a Cristo! ¡Refugiaos en Él! Aún hay tiempo para el pecador arrepentido. Él es “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29). Él puede cambiar la marca de la bestia por la gloriosa marca del Cordero. Él puede hacerte pasar “de las tinieblas a su luz admirable” (1 P 2:9). Ven a Cristo hoy. Amén.

***********************************

Por cierto, no seré yo quien te diga si debes vacunarte o no. Esta es una decisión personal que cada cual deberá valorar por sí mismo. Pero, por favor, no permitas que las interpretaciones fantasiosas y pseudo-cristianas te llenen de temor y confusión, o te aparten de una sincera confianza en el inigualable poder de nuestro Salvador Jesucristo.

Publicado en Artículos | 4 comentarios

10 CONSEJOS BÍBLICOS para tu vida de ORACIÓN

«Aquel que ha aprendido a orar, ha aprendido el más grande secreto de una vida santa y feliz» (Andrew Murray).

¿Sientes que debes mejorar tu vida de oración? ¿Te aburres orando? ¿No encuentras motivos por los que orar? A continuación, comparto contigo diez consejos bíblicos que, puestos en práctica diariamente, fortalecerán tu vida de oración y te llenarán de un nuevo vigor espiritual.

  1. Admite tus debilidades, tus pecados y tu impotencia para cambiar.

«Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije: “Voy a confesar mis transgresiones al SEÑOR”, y tú perdonaste mi maldad y mi pecado» (Salmos 32:5).

  1. Reconoce el poder de Dios que habita en ti como el único medio para quitar el pecado de tu vida.

«Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí» (Salmos 51:10).

«Vamos siendo transformados por el Espíritu, de gloria en gloria, en la misma imagen del Señor» (2 Corintios 3:18).

  1. Pide a Dios una actitud de quebrantamiento, donde sientas el peso de tu pecado y una profunda decisión de permitir que Dios te cambie por medio de su gracia y poder.

«El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado; tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido» (Salmos 51:17).

  1. Pide a Dios que te enseñe a orar como conviene.

«Nosotros no sabemos orar como conviene» (Romanos 8:26).

  1. Alaba a Dios por cómo ÉL es (Creador, Soberano, Santo, Todopoderoso, Misericordiosos, Justo, Fiel, Inmutable, etc.).==> Salmos 143.

«Alaba, alma mía, al SEÑOR; alabe todo mi ser su santo nombre» (Salmos 103:1).

  1. Agradece cada una de sus bendiciones a tu vida y familia.

«Alaba, alma mía, al SEÑOR, y no olvides ninguno de sus beneficios» (Salmos 103:2).

  1. Pídele que examine tu corazón, que te haga ver lo que no es de Su agrado y que te guíe en el camino correcto.

«Dios mío, mira en el fondo de mi corazón, y pon a prueba mis pensamientos. Dime si mi conducta no te agrada, y enséñame a vivir como quieres que yo viva» (Salmos 139:23-24).

  1. Ora por aquellas personas que Dios ha puesto a tu lado (familiares inconversos, miembros de tu iglesia local, amistades, vecinos, personas que te han pedido oración o están pasando por pruebas o enfermedades).

«Oren unos por otros» (Santiago 5:16).

  1. Pide a Dios más crecimiento espiritual y entendimiento de Su Palabra, así como la sabiduría y la fuerza para ponerla por obra en tu día a día.

«No cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios» (Colosenses 1:9-10).

  1. Ora inspirado por la Biblia. Una excelente forma de aprender a orar es dejarse guiar por la verdad de Dios. Se trata de leer cuidadosamente las Escrituras, pensando en lo que dicen y convirtiéndolas en oraciones para nosotros, para nuestra familia, nuestra iglesia, etc.

«A Satanás no le importa que avancemos en conocimiento de la Biblia, siempre y cuando nos abstengamos de orar, lo cual es el cumplimiento de lo que dice la Biblia. ¿De qué sirve mayor conocimiento si tenemos corazones más ruines? ¿O más aprecio de los hombres si nos falta el de Dios? ¿O importa la higiene física si tenemos la mente sucia? ¿O la piedad externa si tenemos carnalidad en el alma? ¿O fortaleza física si padecemos flaqueza espiritual? ¿O la riqueza si tenemos pobreza espiritual? ¿Quién puede complacerse en la popularidad humana si es desconocido en las regiones del espíritu? La oración es el remedio para toda esta clase de paradojas».

(Leonard Ravenhill)

Querido lector, espero que estos consejos bíblicos te ayuden a fortalecer tu vida de oración y te llenen de más vigor espiritual.

Con sincero afecto en Cristo,

José Daniel Espinosa.

Publicado en Artículos | Deja un comentario

La iglesia está en crisis | Respuestas Cristianas (Podcast)


Si lo consideras de provecho, me ayudarás:

1º Suscribiéndote al canal.
2º Dejando tu “Like” en el vídeo.
3º Comentando qué te ha parecido.
4º Compartiéndolo con tus contactos.

Muchas gracias.

Publicado en Artículos | Deja un comentario

¿Cómo juzgar bíblicamente? | Respuestas Cristianas (Podcast)

«Juzgar cristianamente no es malo, sino que, por el contrario, es necesario y urgente en nuestro tiempo. No podemos vivir cristianamente sin un juicio de discernimiento constante de todo lo que nos rodea. Que el Señor nos ayude».

Si lo consideras de provecho, me ayudarás:

1º Suscribiéndote al canal.
2º Dejando tu “Like” en el vídeo.
3º Comentando qué te ha parecido.
4º Compartiéndolo con tus contactos.

Muchas gracias.

Publicado en Artículos | Deja un comentario